viernes, 25 de octubre de 2013

Llamada en espera

Llamada en espera

Al principio, sólo miró aquél teléfono intentando contener una carcajada. Hasta ahora había comprendido que estaba muerto, no había que ser un genio. ¡Por favor! Le acababan de clavar una estaca ardiendo en el corazón. ¿Y qué podría pasar en ese plano fantasmal? Que alguien le llamara al móvil. ¡Debía de ser una broma! ¿Es que el único sonido que escucharía el resto de su no-vida sería el politono de su teléfono? Ya daba igual, pese a todo, ¿Qué podía hacer? Ni siquiera lo pensó, simplemente descolgó y, como acto reflejo, contestó. ¿Silencio? Ninguno, casi le sorprendió el que tras abrir aquella bocaza lograra hablar.
—¿Diga?
—Buenas noches, caballero. Soy Elyssa, su agente de defunción. —La dulce voz del teléfono, calmada y serena, era la inconfundible voz de una mujer.  
—Disculpe… ¿¡Qué!? —Evan intentó separarse del teléfono, aunque no pudo ahora no podía colgar, no podía tirarlo… Simple y solamente podía escuchar.
—Tal vez no se haya dado cuenta, señor… Euria, ¿Evan Euria? ¿Es correcto?
—Sí, bueno, creo… Sí… Me llamo Evan. 
—Bien, Evan. Quizás no se haya percatado, pero usted acaba de fallecer de… Asesinato, muerte prematura. ¡Vaya! Lo siento mucho.
—Y… ¿Usted es la parca?
—Soy su agente de defunción. —Corrigió la telefonista. —Estoy al cargo de su oferta de defunción. Parece ser que la última vez que murió eligió una tarifa estándar…
—¡¿La última vez que morí?! —Ni siquiera los poderes sobrenaturales del plano astral en el que se encontraba Evan lograron contener el pequeño meneo con el teléfono al escuchar aquella locura.
—Así es, en el más allá hay un límite de plazas, y es entonces cuando se estipulan contratos de vida en la tierra. Es normal que lo olvide, la amnesia post mortem es uno de los términos inamovibles del contrato. Le mandaré un sms con los mismos.
—No, espera… Espere… ¡No! No quiero un sms… ¡Quiero que me explique…!
—¿Qué desea que le explique? ¿Le interesaría contratar una tarifa para su próxima vida de cien años? Puede pagarla a cómodos plazos en su no-vida con…
—No, no. ¡Quiero que me explique por qué me está llamando por teléfono! Es decir ¿Y la luz al fondo del túnel? ¿Y Dios y los ángeles tocando la vuvuzelas o lo que sea?
—Ehh… Permítame un momento. —Entonces, empezó, un alivio al fin y al cabo, Evan sentía que su mano volvía a ser libre, aunque todo tenía un precio. Empezó aquella musiquita, la típica y estresante musiquilla de espera que comenzaba a desconcertar a Evan más todavía. ¿En serio? ¿Telefonistas y musiquita de espera? ¿Eso era la muerte? Evan se sentó en aquella “cama”, aquel atrezo más bien. Estaba en un escenario, una copia de aquella casa donde se le escapó la vida. ¿Y qué o quién estaba ahí para consolarle? Esa maldita melodía. ¿Es que no se iba a acabar nunca? Evan empezaba a agobiarse, sus silenciosos y ligeros pies golpeaban el suelo sin producir la más mínima vibración, y sus cansados ojos se habían desvelado en un profundo y despierto aburrimiento.
—¿¡Y bien!? —Exclamó con el teléfono en la oreja. —¿Hay alguien?
—Disculpe la espera. —Comentó la telefonista al fin. —Veamos, usted no tiene contratada ninguna tarifa de ese estilo, señor. La luz después del túnel es sólo un falso recuerdo inducido a las personas que tenían contratados unos días extras post mortem. Usted, en cambio, parece que debería haber vivido seis años más.
—Pero yo… Espere… ¿¡Seis!? 
—Ahá, de un infarto, al parecer llevaba una dieta poco alentadora. Una mala manera de malgastar sus ochenta años de vida.
—Está bien, mire… Entiendo que estoy muerto. ¿Vale? ¿Existe alguna tarifa o lo que sea para decirle mis últimas palabras a alguien? 
—No. Esto es una empresa seria, señor.
—No me diga… ¿Y me puedo dar de baja? 
—Un segundo, le paso con el departamento de bajas.
—¡No! ¡Espere! ¡Era brom-…! Otra vez… —Murmuró al escuchar la musiquita, y de nuevo se sentó a esperar, esta vez durante horas, a que terminara aquella insufrible cancioncita interminable.


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Debo confesar que esto no es mío, sino de una amiga (Me da coraje, pero no me deja decir quién es. Así que digamos que la autoría es de Etamot). Es, cómo no, un trabajo de clase del cual me ha pedido opinión, pero me ha parecido tan bueno que no he podido resistirme a ponerlo por aquí. Así que hala, a leerlo otra vez.