martes, 13 de noviembre de 2012

El Orbe -Capítulo 2

Capítulo 2 -El Consejo

Wilhorn recorrió rápidamente las calles del pueblo, con su capucha calada sobre los ojos. La lluvia caía sobre él, empapándole, pero éste era el menor de sus problemas. Si los ancianos le habían convocado, cualquier cosa podría ocurrir.

Sumido en sus pensamientos, el joven explorador giró una esquina, sobresaltando a un pardo gato, que le bufó antes de volver a su cómoda ventana. Wilhorn se detuvo un momento, tomó aire y continuó.

Tras un par de minutos, llegó: la Casa del Espíritu. Los ancianos residían allí, aunque a nadie le estaba permitido traspasar ciertas puertas, excepto en casos excepcionales, y se les obligaba a jurar que nunca contarían lo que habían visto al otro lado. El último (y único, para la memoria del joven) caso fue el de Jirl. Acababa de abatir a una gran araña de las Grutas, y la arrastró hasta la superficie para probar su valía. Los ancianos quedaron impresionados, y le permitieron atravesar la Puerta del Valor, con el juramento de que jamás mencionaría lo que había visto allí dentro. Y cumplió su promesa durante dos semanas, hasta que en un exceso de euforia en la taberna (Provocado por la cerveza fuerte de Berholl), dijo un par de frases, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. La cólera de los ancianos fue terrible, hasta tal punto que el joven fue exiliado, y los pocos que oyeron las palabras tuvieron que beber un suero que bloqueaba el recuerdo a corto plazo. Aun así, desde aquel incidente, los ancianos se volvieron mucho más restrictivos a la hora de franquearle la entrada a nadie.

Wilhorn entró, y se dirigió directamente al Círculo. En realidad, no era más que una sala semiesférica, en cuya pared plana se situaba, de pie, el convocado, que era observado por los nueve ancianos, que se colocaban de forma simétrica en forma de semicírculo. En general, cuando alguien era convocado, lo único que se atrevía a revelar era la cantidad de ancianos que habían asistido, según la gravedad del asunto. Por regla general, solían ser tres o cuatro, incluso seis, en casos especialmente graves. Por esto, Wilhorn se había quedado paralizado nada mas entrar en la sala. Él mismo había sido convocado un par de veces al círculo, pero nunca habían acudido más de tres ancianos.

Nueve figuras, sentadas en semicírculo, le atravesaban con la mirada, juzgándolo, evaluándolo. Las palabras murieron en la boca del joven, antes incluso de que las pronunciara.

-Wilhorn Cypher.

Su nombre y su apellido resonaron profundamente en él, con la voz de barítono del Presidente del Consejo. El joven quedó aturdido durante un par de segundos, hasta que recordó el protocolo. Era algo que se enseñaba a todos los niños, y no se consideraba que una persona tenía uso de razón hasta que era capaz de recordarlo, y repetirlo, Aun así, la enorme presencia de los ancianos hizo dudar al siempre seguro de sí mismo Wilhorn, quien se logró controlar, y respondió con un hilo de voz.

-Wilhorn Cypher, explorador de Cuna, se presenta ante el Consejo, con previa citación del mismo.

Las palabras le resultaron extrañas: era algo demasiado formal para él, que estaba acostumbrado a un registro coloquial. Sin embargo, las personas frente a las que se encontraba eran demasiado importantes: no podía atreverse a ofenderles, ni mucho menos saltarse el protocolo.

-Wilhorn Cypher, ¿prometes no contar a nadie los sucesos que van a acontecer dentro de esta sala?
-Lo prometo, por el viento entre las ramas.

El anciano asintió.

-Wilhorn Cypher. ¿Qué sabes acerca de las Grutas?

La pregunta pilló al joven por sorpresa. Los ancianos, por regla general, nunca divagaban. Eran directos, y duros, y parte de su eficacia residía en esto, precisamente. Aun así, no se podía permitir el lujo de preguntar, no esta vez.

-Las Grutas están a un par de kilómetros al este de aquí. Son unas enormes cuevas, repletas de seres del inframundo, que se adentran en las profundidades de la tierra. Están divididas por niveles, cuanto más bajemos, más variará lo que veamos al mundo que conocemos. Aun así, las Grutas están repletas de tesoros y armas, que podemos recuperar. Aun así, los tesoros del primer nivel no son gran cosa, pero casi nadie se atreve a ir mas allá.-Contestó Wilhorn, de un tirón. Él mismo, como explorador, había bajado en varias ocasiones, pero no es algo acerca de lo que estuviera dispuesto a reflexionar. Aunque solo había sido en momentos extremos, cuando era su única opción, todavía soñaba acerca de ellas.

-¿Conoces la leyenda?
-Se dice que en el último nivel hay un tesoro de gran valía...o eso quieren hacernos creer.

Los ancianos se pusieron en pie a la vez, con una exactitud pasmosa, intimidando a Wilhorn. El que estaba más a la izquierda, Mirke, continuó con voz funesta.

-En el último nivel hay una esfera de cristal negro, que contiene la energía necesaria para detener el invierno, aplacar una plaga o hacer crecer los cultivos. Muchos han muerto intentando conseguir esta esfera, y otros muchos han matado con el único fin de conseguirla. Ahora mismo, mientras hablamos, el mal extiende su negra capa sobre nosotros, y solo con el Orbe tenemos alguna posibilidad de sobrevivir.

Wilhorn dio un par de pasos atrás, atemorizado. No le importaba ofender al Consejo, no le importaba ser exiliado o incluso ejecutado. Lo único que le importaba en ese momento era no escuchar las palabras que pronunciaba el Presidente del Consejo.

-Wilhorn Cypher. Debes recuperar el Orbe.

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Bueno, os dejo aquí el segundo capítulo, donde ya se perfila la historia. Es algo más largo que el primero, más centrado en el protagonista, y donde se pinta algo mejor el mundo. Aun así, todavía queda bastante de esta historia.

He tomado el apellido Cypher de "El Libro de las Sombras Contadas", pero después de leerlo tras escribir el primer capítulo, me resulta imposible no relacionar a Wilhorn con el protagonista, Richard, aunque sean tan distintos.

Agur!


viernes, 2 de noviembre de 2012

The Brawlers -Capítulo 1.


Capitulo 1: Fox

El último soldado cayó pesadamente al suelo, con una herida de bláster en el pecho. Fox sonrió funestamente, al tiempo que echaba un vistazo alrededor. Aquel grupo de “agentes para el cumplimiento de las leyes” habría intentado cobrar los impuestos de las granjas de la zona, y al no poder llevarse el suficiente dinero, habrían arrasado todas y cada una de ellas. O eso habría pasado si él no se hubiera interpuesto en su camino.
Las cosas eran así desde que, silenciosamente, una serie de seres se habían hecho con el control de todos los mundos de la zona, algunos por democracia, otros por coacción, otros desde las sombras, otros por simple violencia. El equipo Star Fox había intentado derrocar a los más tiranos, pero al ver que era prácticamente imposible, decidieron proteger a la población del acoso de los grupos de poder.

Fox miró los cuerpos inertes de sus enemigos. La mayoría iban desarmados, mientras que otros llevaban armas de mano. No parecían, ni mucho menos, soldados, con la posible excepción del capitán, aquel hombre de piel azul con un lanzagranadas. Algunos tenían heridas de láser en el pecho, otros habían muerto bajo fuego amigo, y un puñado de ellos, entre los cuales se incluía el capitán, habían sido reducidos a una pulpa viscosa. Fox sintió nauseas al recordar el momento en el que un soldado se había puesto en el camino del arma de su capitán, justo antes de que éste disparara. Debería estarle agradecido, ya que si no llega a ser por su sacrificio involuntario, probablemente él estaría muerto. Aun así, el olor a carne achicharrada y pelo quemado lo perseguía, y supo que aquella imagen le acompañaría durante el resto de sus días, en forma de malos sueños y recuerdos inoportunos.

No era su estilo. Ellos siempre se habían defendido en el aire, en su nave espacial, contra enemigos tan formidables como ellos. No en tierra, con las botas manchadas de sangre y barro, contra personas normales, ciudadanos de a pie que se habían visto obligados a alistarse en el ejército al quedarse sin posibilidades en otros campos. Pero aun así, no podían permitirse el lujo de dejarles llegar a sus objetivos, porque el daño que ocasionarían sería tal que era preferible dejarles morir.

Fox sacudió la cabeza, rechazando estos pensamientos, a la par que sacaba su intercomunicador. Debería ir a las granjas a advertirles para futuras incursiones del ejército, pero no se encontraba en el estado mental adecuado como para enfrentarse a una serie de escépticos granjeros. Aquel planeta no estaba, ni de lejos, tan desarrollado como otros, y eso se notaba en su  población.

-¿Me recibís? Aquí Fox.
-Si, si, te oigo. ¿Por qué has tardado tanto? –Le reprochó Falco. Era buen amigo y mejor compañero, pero en aquel momento, todas sus palabras le irritaban hasta puntos inimaginables. Aun así, Fox tomó aire y continuó
-He tenido que buscarlos, como iban a pie, se movían muy rápidamente y…
-Vale, vale, lo entiendo. –Interrumpió su interlocutor.- Nosotros hemos ido a buscar posibles aliados, pero por el momento nada.
-¿Venís a buscarme, o me quedo aquí a dormir?
-No es seguro, y tú deberías saberlo, imbécil. –Aunque el tono era cariñoso, era más de lo que Fox podía soportar. –Estaremos allí dentro de una hora.

Un  “bip” en el intercomunicador indicó que la comunicación había llegado a su fin. Fox lanzó el aparato al suelo, y le gritó a su compañero, aun sabiendo que no podría oírlo. Tras esto, respiró hondo, recuperó el artefacto, y tras deliberar un par de segundos, se encaminó a la granja más cercana. Si el granjero le creía, podría hacer que la noticia corriera como la pólvora, y su trabajo sería mucho más sencillo. Así que se puso en pié, y echó a andar.

Tras un par de minutos de marcha, notó cómo el vello de su nuca se erizaba. Se giró rápidamente, buscando su bláster con la mano derecha, al tiempo que, con la izquierda, improvisaba una guardia. Solía hacer esto, en cualquier lugar que se encontrara, si notaba una presencia a su espalda. Había sido atacado las suficientes veces para que le dieran igual las miradas reprobatorias de todo aquel que se encontrara a su alrededor.

Ésta vez, su intuición no le falló. Vio una silueta andando hacia él, y el miedo se apoderó de todo su ser.

No era un amigo. Era un ser, hecho de vacío puro, que ya se había encontrado dos veces antes. En esas ocasiones, él estaba descansado, y de buen humor, y aún así había tenido que escapar a toda velocidad tras un breve intercambio de golpes, gracias a sus compañeros, que tan lejos estaban ahora. Fox tomó un aire confiado, intentando que no se notase su miedo. Lo que menos le convenía era que su rival le atacara con todo lo que tenía.

-¿Qué haces tú aquí? –Preguntó. Estaba listo para la lucha, aunque no estaba seguro de poder ganar.

No oyó ninguna respuesta. Simplemente, su enemigo avanzaba hacia él, sin variar de expresión.

Fox gritó, y corrió hacia él. Lanzó un disparo, que su rival esquivó sin mayor problema, lanzó un puñetazo, esquivó un golpe bajo, saltó sobre su enemigo, recibió un golpe en la cabeza, cayó al suelo, y vio, impotente, como todo su mundo se desvanecía.


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Ésta es una historia muy importante para mí. Fue lo primero que escribí para otras personas, en aquel lejano foro de Otaku Kakumei, en mis tiempos de viciada máxima al Brawl. Evidentemente, he cambiado el transfondo (ahora es todo más oscuro, aunque lo vais a notar mejor en otros capítulos) y la forma de escribir. Aun así, no deja de tener ese "aire" que me gustaba de la historia desde un primer momento.

Agur!